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Trayendo á la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual residió primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice; y estoy cierto que en ti también.

Por lo cual te aconsejo que despiertes el don de Dios, que está en ti por la imposición de mis manos.

Porque no nos ha dado Dios el espíritu de temor, sino el de fortaleza, y de amor, y de templanza.

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